Catarsis es una palabra de origen griego que significa purificación. Este término se hizo famoso en el mundillo terapéutico, por la época en que Freud estudiaba el psicoanálisis. En este pequeño artículo no quiero referirme a la relación de la catarsis y el psicoanálisis sino pincelarlo de manera general, más naturalmente, desde una manera más personal e íntima.
Mi primera experiencia con la terapia de la catarsis fue a finales del año 2019 cuando por primera vez asistí a una charla de información de Alcohólicos Anónimos, estaba desesperado con mi manera impulsiva de beber y busqué ayuda. La primera vez que fui no avisé a nadie de mis familiares, ni a nadie. Entonces surgió la magia. Encontré a personas con las mismas características de beber, de ver la vida y entendí que no estaba solo. Que podían ayudarme. Y en cierta medida lo hicieron, ahora que lo miro con más detenimiento, después de un año de esa experiencia. Encontré a borrachos que contaban historias el doble, triple de desesperantes que la mía, y no sólo eso sino que siempre en cada historia, se percibía una melodía mágica en sus carcajadas, una ironía que sólo los borrachos entendíamos, los enfermos emocionales, los alcohólicos. Aprendí a reírme más de mi mismo, pero ya no tanto de los demás, como lo hacía antes, con un aire de superioridad y aires de grandeza. Es que a veces ese sentimiento de sentirse especial, o alguien superior es lo que te vuelve un adicto crónico, un miedoso, un cobarde. Allí en AA te enseñan la humildad, y a reírte de tus desgracias, a conocer a gente con las mayores desgracias inimaginables y aún así mantienen una sonrisa sincera, con valentía hacia la vida y con una luminosidad y profundidad en sus ojos que sólo el cambio de vida te puede dar. Conocer a la banda de los desgraciados de AA es una de las experiencias más mágicas que me ha pasado. Allí aprendí qué es una catarsis, a sentirla, a vibrarla con todo mi corazón. Ahora, finales de 2020, ya no voy a las juntas, porque sentí que había personas que se volvían adictos a AA, y no quería eso para mi vida.
A mí me gustaba presenciar las catarsis de los novatos, de los que nunca se habían subido a la tribuna a hacer catarsis, a contar su experiencia con pelos y señales. Los viejos padrinos estaban muy curiosos por ver a su ahijado o al desconocido figurar en la tribuna. Es que no cualquiera tiene el don de la palabra, el don de sentirse seguro contando sus más oscuras historias frente al pelotón de fusilamiento de los desgraciados. Eso se aprende con los años de sobriedad y yo admiraba a los que tenían ese arte. Yo nunca lo tuve, porque no tenía el interés de perfeccionarme en eso, ni quedarme años en AA. Recuerdo que a la tercera junta llegué medio borracho, y convencí, casi con lágrimas en los ojos que me dejaran subir a la tribuna por primera vez. No aceptaron. Insistí. Tampoco. A la tercera accedieron y me dieron diez minutos, porque estaban programadas otras intervenciones. No voy a contar mis penas aquí, porque, ahora ya no me duelen, e incluso me río, porque eran tonterías, ya estoy sanado de esas heridas, pero en ese día, un frío día lluvioso de noviembre, las heridas emocionales me salían de mis entrañas, sentía que me moría, que mis lágrimas y el temblor de mi voz iba a formar un terremoto, un cataclismo, si no hablaba. Y lo hice, y miré y miré y miré las caras angustiadas, preocupadas de muchos e incrédulas de otros. En cada palabra ese temblor de mi voz se hacía más evidente y esas lágrimas comenzaron a brotar, y lloré y lloré y lloré y luego grité y grité y grité y luego maldije y maldije y maldije y luego me saqué la camiseta. Estaba sudando alcohol y pena y rabia. Después de los diez minutos, cuando mi corazón latía a cien, y mi temblor era ya un terremoto, fui a abrazar a un padrino con el que conectaba. Entendí por qué al padrino le dicen así, porque en ese día ese abrazo lo sentí como si fuera mi verdadero padre muerto hace tres años atrás y evoqué la sonrisa de mi padre y lloré y lloré y lloré otra vez.
Lo mágico es que hasta ese entonces no había llorado por nada, ni por nadie, excepto por dolor físico. Me creía superior y disfrutaba haciendo daño a la gente, humillándola, viéndola sufrir, tenía ese placer deformado que tantos alcohólicos tienen. Desde entonces entendí que llorar es algo purificador y no se te caen los ojos ni pasa nada. La idea de la catarsis es sentir el dolor profundo de la herida, sentirlo con toda intensidad, gritar y ser honesto con tu historia. Eso te sana. Aunque no me crean, la gente que me conoció antes de 2019 se dará cuenta que nunca me vieron llorar por nada ni por nadie ni en las peores circunstancias. Pensaba que era fuerte por no llorar, pero es al contrario, sentir el dolor te hace más fuerte, pero a veces la gente le tiene miedo a sentir el dolor, prefieren sufrir años una herida emocional, pero la catarsis es una buena inversión porque es un dolor más agudo, profundo, liberador y es más rápido.
Cuando en tu vida te pase una pérdida muy fuerte, o algún trauma muy intenso que quieras sanar te recomiendo que entres en catarsis, que sientas el dolor con toda la fuerza, que grites tu verdad a los cuatro vientos, que escribas, que cantes, que llores, que expulses lo que te duele, porque es un veneno que te puede matar lentamente si no lo liberas.
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